Cuando el timbre de la puerta
sonó por primera vez, los tres se hicieron los dormidos, quedándose muy quietos
a la espera de que los otros hicieran el esfuerzo de salir de entre las mantas
en aquella fría noche de enero. Ante la insistencia de los timbrazos, Jhon notó
cómo sus compañeras de piso se retorcían en sus cálidas habitaciones, en una
especie de mensaje en morse que quería recordarle su papel como hombre de la
casa, y por tanto, su responsabilidad en lo que a ruidos desconocidos y
extraños nocturnos se refería. Remoloneó aún un par de minutos con la esperanza
de que quién fuera que estaba interrumpiendo la paz de la noche con tanta
insistencia se cansara y volviera en un momento más oportuno. El ruido del
timbre cesó y durante unos escasos segundos el silencio más absoluto se instaló
en sus oídos. Fue entonces cuando los sobresaltó el ruido de la cerradura;
ahora no cabían excusas, se ajustó la manta a su cuerpo y abrió despacito la puerta de la habitación.
Mientras avanzaba por el pasillo a oscuras se preguntaba el motivo por el que
se interpretaba que un hombre siempre debe salir al rescate de su hogar.
Escuchó un crujido a su espalda mientras un último pensamiento acudía a su
mente. "A nosotros también nos dan miedo los desconocidos de medianoche"
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