Cuando recobro la razón, me vuelvo loco. Y es que los humanos no sólo
somos más pequeños que nuestros sueños, sino también que nuestras
alucinaciones. La imaginación escribida es como un rayo en mitad de la
noche: abrasa pero ilumina el mundo. Mientras dura ese chispazo
deslumbrante intentamos observar la totalidad, eso que algunos llaman
Dios y que para mí es una ballena azul llena de crustáceos. Después de
todo, tal vez mi hermano no deliraba tanto cuando aspiraba a fundirse
con lo divino. En la pequeña noche de la vida humana, el chico soñador
enciende velas.
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